TRANSPORTADOR DE ÁNGULOS

Eva cogió el alfiler y el transportador de ángulos, los guardó en el bolso y comenzó a silbar. Hacía mucho calor. La ciudad estaba desierta. Madrid no era lo mismo. Lo haría en la Gran Vía, sí, allí, en cualquier esquina. Salió de casa y bajó las escaleras deprisa. Cogió un taxi. El taxista cambió de emisora. Un tipo argentino, amable y guapo, muy guapo. Un tango tras otro en el taxi. Una y otra vez. Hablaron. Eva le escribió su número de teléfono en un billete de autobús. Sonrió al salir y dio un portazo sin querer. Se giró y volvió a sonreír. Caminó un rato. Buscó una esquina. Abrió el bolso y cogió el alfiler. Sacó el transportador de ángulos y un billete de cincuenta euros. Lo envolvió con el billete anudándolo con el alfiler para que no se cayera. Lo arrojó al suelo y se quedó allí esperando. Un anciano se acercó, tocó con su bastón el transportador y le dio unos golpecitos. Se agachó a cogerlo. Entonces Eva comenzó a silbar. Cerró su bolso y se fue a casa.