LA MENTIRA





No saben.

No entienden.

Ellos. Los que gritan fuera,
los que no escuchan.
Aquéllos que se empeñan
en cerrar los ojos
ante la mentira.


La verdad del hombre
duele demasiado.


El hombre se convierte
en hombre
cuando decide
seguir sus propias normas.
Ningún dios
puso sus manos
sobre ningún
niño herido
nunca.


La peste de este siglo
es la ceguera
que todos
nos imponemos
cada día
para salvarnos.

No hay dignidad
en eso.
No hay dignidad
en tragar saliva
y seguir caminando
como si nada
La manera de recogerse el pelo. Ed. Bartleby

NEGRA SOMBRA

Ausencia de fe



Perdí la fe.
Me quedé
atrapada
en la red
que teje
la araña
del desconcierto.

La incredulidad
certera
de quien
ha visto
demasiado.
Algo incurable.

Blesée



A David González, quien abrió la puerta aquel día tan frío



Años y años
muerta
de frío.


Herida.
Rota.


Los buitres
me arrancaron
los ojos
hace
demasiado
tiempo.


Inocencia
extirpada
a dentelladas.


Pero confianza
ciega
todavía
en quien ahora,
en este mismo instante,
abre la puerta
y entra.


Mis ojos
en sus ojos.
Lentamente…






herrumbre que se va depositando en los huesos a modo de conciencia física
el cartílago se va desgarrando a medida que el recuerdo pesa
hasta la desaparición completa
sólo hueso entonces
tierra




















qué peso tan grande soportar la equivocación ajena

























aquél que nunca ha experimentado con sus manos la dificultad de arrancar una mancha de sangre del suelo, jamás podrá entender esta misma frase. Menos aún, el impacto visual –a modo de poema épico- de una almohada blanca, pura, y ensangrentada, la profanación del sueño. Felices aquellos cuya memoria luce aún casi intacta de horror.























impotencia: seguir escuchando cómo el diminuto gato maúlla a gritos bajo el coche y por su escaso tamaño no encontrarlo. Buscar en la nada y cuando llega la noche que ese chillido intenso te atraviese el tímpano hasta destrozarte por dentro. Bien podría tratarse de una definición de vida.























Algunas vidas sólo se curan con la muerte.





Pepé le Pew es un personaje de la serie animada Looney Tunes de la Warner Brothers. Pepe es una mofeta, de nacionalidad francesa, que vive eternamente enamorado de una gatita negra llamada Penélope, quien él cree, se trata de una mofeta y no de un gato. Esto se debe a que al comenzar cada capítulo, ella de alguna manera y accidentalmente (siempre varía la forma en la que ocurre) se pinta una franja blanca sobre su pelaje negro. Pepe se caracteriza por ser galante y poético.
Pepe Le Pew y su amada Penelope fueron protagonistas del corto "Por razones sentimentales" ganador de un premio Óscar en la categoría de mejor corto de animación, en el año 1949.

Charles Martin "Chuck" Jones (Spokane (Washington), 21 de septiembre de 1912Corona del Mar (California), 22 de febrero de 2002) fue un animador, caricaturista, guionista, productor y director estadounidense, siendo su trabajo más importante los cortometrajes de Looney Tunes y Merrie Melodies del estudio de animación de Warner Brothers. Jones obtuvo un premio Óscar por su cortometraje The Dot and the Line (1965) y otro honorífico por su labor en la industria cinematográfica.




LOLA LOPEZ-COZAR





III Descenso Solidario del Sella en homenaje a la plataforma de Artistas contra la Violencia de Género. Tiene como objetivo recaudar fondos para la Casa de Mujeres Maltratadas ‘Mehwar’ de Belén en Palestina.
El precio de las entradas en esta edición es de 25€ los adultos y 15€ para los niños y niñas. El Descenso comenzará en Arriondas, con la colaboración de la Escuela Asturiana de Piragüismo, y finalizará con una espicha preparada por Canela en Rama, del cocinero Sergio Rama.

Las entradas podrán adquirirse a partir del jueves 23 en las oficinas principales de Halcón Viajes (C/ González del Valle en Oviedo, Plaza del Carmen en Gijón y C/ Cabruñaña de Avilés), las tiendas de Calzados Casino en Oviedo (en C/ Milicias Nacionales, C/ Independencia y C/ Palacio Valdés) y en los establecimientos de Friobás Basilio en el Centro Comercial Salesas en Oviedo y el Centro Comercial Los Fresnos de Gijón.

Para el hombre de hojalata...











LA MENTIRA




No saben.

No entienden.

Ellos. Los que gritan fuera,
los que no escuchan.
Aquéllos que se empeñan
en cerrar los ojos
ante la mentira.


La verdad del hombre
duele demasiado.


El hombre se convierte
en hombre
cuando decide
seguir sus propias normas.
Ningún dios
puso sus manos
sobre ningún
niño herido
nunca.

La peste de este siglo
es la ceguera
que todos
nos imponemos
cada día
para salvarnos.

No hay dignidad
en eso.
No hay dignidad
en tragar saliva
y seguir caminando
como si nada.









Cada vez que hago

el leve intento

de golpear mi mano

contra ese muro

que sólo yo veo,

cada vez que me niego,

entonces, realmente,

me siento solo.

No se puede luchar,

ni esquivar los golpes,

saberse solo

es atravesar ya el muro

pero hacia dentro.








CANÍBALES



Matilde entró en la casa. Encontró a sus tías en el suelo, muertas. Sus cuerpos tenían mordiscos por todas partes. Como si un animal salvaje, no demasiado grande, las hubiera devorado. Se fijó en las marcas: dientes pequeños, afilados… James, el mastín color canela de su tía Agnes, permanecía junto al cadáver de su dueña, lleno de arañazos. Matilde, enfurecida, buscó a la gata.

LOS MUERTOS

Muerto, muerto, muerto…Eso le decía la voz que escuchaba dentro de su cabeza. Muerto, muerto…Una y otra vez, sin cesar, sin descanso. Apenas recordaba su nariz encorvada y fría, siempre muy fría, la gabardina colgada en el perchero y el paraguas junto a la puerta. Le conoció un día de verano, cuando disfrutaba de unas vacaciones en casa de tía Angélica, en el campo. Eran casi unos niños. Carmen le susurró al oído que ya había cumplido los dieciocho. Jaime tenía veinticinco. Tía Angélica pensaba que era un tipo raro, su familia acababa de instalarse en el pueblo, en la casa que había junto al lago. La gente decía muchas cosas entonces. Pasados tres años Jaime y Carmen se casaron en la ciudad. Una ceremonia íntima, con pocos invitados, los familiares más cercanos tan sólo. Carmen ya estaba embarazada por aquel entonces. Primero nació Pablo, luego Mario y la última en llegar fue Lucía, la más esperada, la princesa de la casa. Felices, podría decirse que siempre fueron felices, excesivamente dichosos, sin problemas, sin obstáculos, como si sus vidas siguieran una línea recta sin sobresalto alguno ni baches, nada. Simple y pura felicidad. Cuando Lucía cumplió seis años, Jaime y Carmen organizaron una gran fiesta. Su padre se empeñó en contratar a un payaso para divertir a los niños. A Carmen no le gustaba nada la idea. Desde pequeña sentía cierto terror ilógico y desmesurado por esos extraños seres que vestían ropas de colores chillones. Esa misma mañana, Carmen se levantó muy temprano, a las siete en punto. Preparó la tarta, ordenó la casa y salió al jardín a organizarlo todo. A las once Carmen no había terminado aún con los preparativos de la fiesta. Le faltaban muchas cosas por hacer, comenzaba a ponerse nerviosa. Se le había pasado el tiempo volando. Miró el reloj, marcaba las once y cuarto. Los niños dormían todavía. Le pareció raro que Jaime no se hubiera levantado. Subió las escaleras hacia el dormitorio, tenía que echarle una mano en el jardín. Cuando llegó junto a la cama, le llamó y como no despertaba, le zarandeó. Nada. No se despertaba. Carmen siguió llamándole: Jaime, Jaime…Entonces se dio cuenta. Acercó su cara a su boca y no sintió nada: Jaime no respiraba. Comprobó el pulso. Parecía estar muerto. Entonces sonó el timbre. Bajó corriendo las escaleras. Cuando llegó al primer piso se dio cuenta de que había perdido una de las zapatillas por el camino. Abrió la puerta arreglándose el pelo. Allí estaba. Allí estaba el payaso, frente a ella. Vengo por lo de la fiesta de cumpleaños, dijo sonriendo. Muerto, dijo Carmen. Está muerto, repitió. Cayó de rodillas llorando. Muerto, muerto, muerto, se repetía a sí misma una y otra vez. El payaso la levantó del suelo, intentó tranquilizarla. Carmen ya no recordaba apenas a su marido. Jaime se había transformado en una débil silueta de nariz aguileña perdida en su memoria. Miró el perchero y vio la gabardina, y el paraguas junto a ella. Muerto, muerto, muerto, escuchaba sin cesar en su cabeza.

EL CUADERNO GRIEGO

El dolor. La soledad y el frío. Cómo enfrentarse a eso. Cómo hablar de ello. Nunca hay palabras suficientes para describir ciertas miradas. Una especie de sombra entre los vivos, un no muerto. Eso eres ahora.

El silencio del que espera. El miedo acecha en cada esquina del cuarto, en cada recuerdo… Enmudecer, el dolor te silencia por dentro.

Se busca aliento en el cuerpo ajeno como quien suplica cobijo bajo la noche. Pero se vive en la desesperanza, nadie puede cambiar eso, ningún cuerpo, ninguna caricia, nada.

Habitar ausencias. Volver a los libros, al amante de la china del norte que ama con desesperación, dice Marguerite Duras, a la frágil niña. Ver cómo ellos se abandonan bajo las sábanas, intentando huir, escapar de la soledad y el miedo. Y se aman como nadie lo había hecho nunca antes. Duras: “escribir es contar una historia que ocurre por su ausencia”. La capacidad de reflejarnos en una historia, de ver a través de ella, de descubrirse en ella.

Callarse por dentro, eso es el dolor. Que no quede nada por decir. Como si un siglo anidara bajo los pies. Hay una eternidad de ausencias, de acariciar nadas, de restar sin más.

Y cuánto dolor nos cabe en la boca, en una vida, en un silencio. Cómo averiguar si el cuerpo resiste caída tras caída, el ejercicio brutal, repetido tantas veces, de levantarse una y otra vez. Una batalla sin tiempo, sin horizonte final, una extensión ilimitada.

Cuando reconoces el dolor, lo conoces de cerca, nada vuelve a ser igual. El miedo acecha siempre. El frío es algo más que una sensación, forma parte de ti. En algún momento dejas de existir incluso, no hay cuerpo, sólo una soledad fría cuyo reflejo en el espejo te recuerda que sigues vivo. Todo ha cambiado pero en el escenario el protagonista sigues siendo tú. La lucha continúa. Aunque el cuerpo no responda, ni quiera hacerlo, el espectáculo sigue su curso. O abandonas por la puerta trasera y corres hacia la nada, o decides pelear. Decidas lo que decidas el dolor te acompaña siempre.

Volver a Duras: “En el libro hay eso: la soledad es la del mundo entero. Está por todas partes. Lo ha invadido todo. Sigo creyendo en esta invasión. Como todo el mundo. La soledad es eso sin lo que nada se hace. Eso sin lo que ya no se mira nada. Es un modo de pensar, de razonar, pero sólo con el pensamiento cotidiano. También eso está presente en la función de la escritura y ante todo quizá decirse que no es necesario matarse todos los días desde el momento en que todos los días podemos matarnos”.

El dolor como un perro rabioso que te agarra fuerte y no suelta. La impotencia total frente a él. No hay armas, ni herramientas, nada es suficiente. Cuando alguien intenta nombrarlo, descifrarlo, los sonidos desaparecen en la garganta. Sólo el silencio. Un silencio espeso y denso.

El dolor te convierte en una especie de no muerto entre los vivos, un ser extraño entre dos mundos. Cuando se conocen ambos lados nada vuelve a ser lo mismo. El no muerto se sitúa en un plano distinto al resto. No hay entendimiento posible entre un plano y otro. El no muerto conoce, ha visto, sentido, puede comprenderlo todo, el vivo camina despreocupado, de la tormenta sólo conoce el rayo.

La garganta se rompe cada vez que el no muerto hace el inexplicable esfuerzo de expresar, de realizar el acto carnal de comunicarse: hablar con silencio. Y su silencio se convierte en un silencio a voces que nadie entiende porque no saben, ni pueden, descifrarlo. La necesidad, la búsqueda, la impotencia de no saber a dónde te diriges y por qué. El tiempo del no muerto, lento y pausado, marcado por el golpe más reciente. Un tiempo que no acaba. Un descanso finito o infinito que no llega. Un descanso que desconoce, que ni alcanza a intuir. Mitigar el dolor. Pensar en los pequeños apartamentos con mucha luz, las casas grandes de techos altos, el espacio donde esconder el silencio o que el silencio hable de una vez por todas. Creer en esa posibilidad mínima.

El no muerto intenta hablar de nuevo. Vomitar lo incomprensible. Incoherencias. Certezas cojas.

La soledad como espacio indeterminado e indefinido cuyos límites cambian constantemente. El frío como compañero inseparable y fiel. El dolor como centro neurálgico. Un universo propio.

Es como si Gregor Samsa hubiese sobrevivido y la repugnancia y el dolor lo contaminasen todo. El no muerto se siente condenado al recuerdo. Después de haber visto, conocido…

Un pequeño oasis en el dolor, una imagen: la necesidad de conocer Trouville, de acariciar el mar. La vie tranquile (M.Duras)

Perdidos ante el dolor, desnudos, todos iguales, sin piel, sin rostro, sin nombre. El dolor lo engulle todo.

El no muerto acaricia un rostro desconocido y se busca en la caricia del otro. Intenta ver la luz en su piel. Se deja. Husmea. Se acerca. Y después la distancia inevitable. Silencios elocuentes. Tocarse para ser visto. Sentir animal bajo la mirada. Buscar. Buscarse en otro.

La mirada infinita del emigrado.

Perderse en la carencia. Lamer heridas, gemir noches enteras como bálsamo. Piedras de dolor que magullan. Restos. Tiempo oxidado.

El no muerto reconoce que toda su vida ha sentido frío. Su vida ha sido el frío y nada más. Ausencias. Reconocerse en el espejo duele demasiado: sentir un punzón ardiente atravesándote la garganta. Desear gritar. Saberse diferente, extraño.

La soledad total. El frío en los huesos. Caminar con miedo, como si la tranquilidad primera no hubiera existido nunca. En el punto cero ya existía el dolor. Comprender que no hay argumentos posibles para descifrarlo, nada sirve.

Aflicción: el reino de los no muertos.

Un perro sombrío en el espejo, desdentado, aullando, perdido...El no muerto sigue caminando. Continúa la espera, la salvación imposible del no ser. Difícil ver sin dios. El no muerto camina.

Apariencias que se desdibujan. Aullidos muertos. Callarse por definición, musitar dolores, enmudecer como firme propósito.

Comer temblando. Conciencia de haber muerto en ese instante. Y ese atisbo de luz, ese presentir que quema tanto.

La fuerza brutal de levantarse. La expresión mutilada de la impotencia. Sentirse muerto y caminar entre vivos. Sin remedio. Aullar. El no muerto continúa.

El miedo a permanecer vivo en el dolor. Y la experiencia del frío. El frío a cada paso, en cada esquina.

La soledad de las casas llenas. De las personas, de un mundo alrededor que no ve.

Extrañeza de continuar. La soledad de estar vivo y que nada importe, que el dolor lo inunde todo.

La mirada perdida del no muerto frente al mundo. El asco de ver por dentro la realidad, de oler el hueso tras el rostro. El asco de conocer, haber visto, haber palpado de veras. El no muerto busca humanidad, cree por un momento, y halla escombros como respuesta. El que ha sufrido demasiado y lo sabe, y que llegado este momento los caminos de regreso se pierden. El no muerto pierde la sonrisa por olvido.

Y entre escombros una pequeña pared en pie, piedras que no dependen ya de nadie. Oportunidades siempre remotas.

El dolor como nunca antes. Cuerpo infinitamente masacrado. No gemir por absurdo, la inutilidad de saber, saberse, haber visto, conocer respuestas. La indefensión y el poder del dolor, la contradicción misma. El vértigo de conocer la caída y la extrañeza de haberse levantado. Mirar desde dentro hacia fuera. El no muerto se reconoce en cada piedra del suelo. Continúa. Recuerda de pronto el agua bajo los pies desnudos, la caricia de la arena, la desnudez, el sol quemando, y se abandona. Creerse vivo por un momento. Recordar Trouville sin haber estado nunca allí. La dulzura de los paseos a media tarde. El olvido. El sueño del no muerto. Resquicios de esperanza aturdida.

La crueldad de las carencias. La soledad marcando el paso.

El no muerto se rinde una y otra vez, y pelea, y se esconde, nada es definitivo. Se abandona. Se convierte en una llanura desierta. Y observa. Ve el miedo, el alcance del vértigo. Escupe palabras para tapar el llanto.

Girar la llave de la memoria. No querer ver más. El no muerto se niega a haber sido visto.

Hundirse y no pasar nada. Extrañeza. El no muerto frente al espejo intentando reconocerse en algún gesto, las muecas del dolor. Saber que el camino de regreso no existe ni ha existido nunca.

El no muerto se levanta, continúa despacio.

Sorpresa ante la inusitada atención que despiertan los muertos que han sido rechazados en vida. Dónde el equilibrio. Cómo buscar la mirada justa.

La tragedia del no muerto de ver más allá. Donde los demás no llegan, donde el resto siente miedo y aparta la vista.

El no muerto, el que amanece como un aullido.

Tapar el dolor con restos del pasado. Rescatar al amante, su anatomía. Esconder la realidad en el cuerpo ajeno, el cuerpo amado. Olvidar o intentarlo al menos. Buscar respuestas. Los cuerpos como universo, ese momento en que permanecen entrelazados y el tiempo se detiene. La cópula como huida salvaje, definitiva. La no identidad. Ese momento en que dos se convierten en uno, esa extenuación final donde no hay lugar para el dolor. Creerse vivo en el amante y su cuerpo, como única forma de sentir la piel caliente todavía.

Fingir que no has muerto, borrar marcas y heridas, y no lograrlo nunca.

Enmudecer siempre. Aullido.