IMPUNIDAD




Ayer Eduardo Galeano reconocía en una entrevista lo que para muchos de nosotros es ya evidente: “se castiga la honestidad y se premia la mentira”. Es la tercera vez que escucho algo parecido esta semana, aplicado a diferentes aspectos, el económico, el laboral, el sentimental… El hombre quizá sea, por tanto, el único animal que nace pues con vocación de pérdida. Tal vez la humanidad se anule en cuanto el médico nos provoca el primer llanto a base de palmaditas. Pero, aunque así fuese, esto no explicaría el deterioro moral posterior de toda la especie. El ser humano es el único capaz de imaginar y llevar a cabo una barbaridad tan grande como la de aplaudir la mentira. Podría tratarse de un juego no demasiado difícil: tirar piedras contra tu propio tejado para luego recogerlas y, si es posible, tirar piedras en tejado ajeno para luego recoger más aún. Unas palabras de Marina Tsvietáieva me provocan cierto escalofrío: “Los libros me han dado más que las personas. El recuerdo de un ser humano palidece ante el recuerdo de un libro”.

Miren ustedes a su alrededor y analicen la trayectoria personal del triunfador que tengan más próximo y luego hagan lo mismo con aquel que ha peleado con todas sus fuerzas por hacerse un hueco en el mundo. Podrán calibrar entonces el alcance del caos en que ahora medimos nuestras prioridades y valores. Todos reconocemos al típico canalla listo que se las apaña siempre con mil artimañas para no pagar sus impuestos, también al que ha obtenido ingresos como goteo constante a lo largo de toda su vida por vampirizar algún anciano o víctima similar, los que aprovechan debilidades ajenas para crecer en ganancias de todo tipo, los que destruyen para construir sus palacios ( ver el caso Bush, la devastación provocada en Irak y su sonrisa eterna; ¿alguien se ha preguntado por ejemplo por qué a la hora de enfrentarse a una colonoscopia este sujeto tiene derecho a sedación mientras predica la tortura?), es decir: miles de ejemplares con los que enfrentarse cada día en la calle, los periódicos o el propio hogar.

Galeano nos da la clave de este triunfo inusitado de la mentira: la impunidad. Todos asistimos estupefactos a la mueca de burla que Berlusconi esconde entre sus blancos dientes mientras miles de ciudadanos vuelven a votarle en las urnas. La violencia de género se expande como un cáncer y en las víctimas siempre encontramos la misma súplica: justicia. Cuántos de nosotros decidimos levantarnos de la mesa ante un chiste xenófobo y cuántos hemos escuchado llorar a alguien en repetidas ocasiones, a horas intempestivas, intuyendo que algo ocurría en esa casa, y no hemos movido dedo alguno, como si al subir el volumen de nuestro televisor tapásemos nuestra vergüenza. Es tan culpable aquél que ordena y quien ejecuta dicha orden como el que calla. Todos ellos eligen finalmente en qué lado colocarse, al igual que quien decide bajar la vista cuando ve cómo un monstruo camina por encima de los huesos de alguien y frente a eso se queda callado. La impunidad alimenta al monstruo, a cualquier monstruo.


Ana Vega

ENEMIGOS





Descubro en una recopilación de cuentos de Cristina Peri Rossi una pequeña joya: “Una lección moral”. El protagonista de este cuento nos relata su aprendizaje vital en cuanto a enemigos se refiere: “Un gran paso adelante en mi formación moral (autodidacta: mis padres no eran ateos, por lo cual no me enviaron a ninguna iglesia y la miopía me exoneró del Ejército), consistió en comprender que no debía perdonar a mis enemigos, aunque no hubieran conseguido destruirme todavía. Aún más: reconocer que tenía enemigos fue una bella lección moral. Yo actuaba como si no los tuviera, y si bien eso en parte, los desanimaba, se debía, fundamentalmente, a mi profunda convicción de que no existía razón alguna para tenerlos”. En primer lugar, el mismo protagonista reconoce más tarde la falta imperdonable de respeto que supone perdonar a un enemigo, éste sentirá entonces que no ha realizado bien su trabajo. Reconocer que tienes enemigos es un gran paso, puesto que todo lo que no ves, simplemente no existe. Esto supone una conducta del todo irrespetuosa hacia el enemigo, cuando él no deja de dar saltitos para llamar tu atención. Actuar como si no tuvieras enemigos es sin duda alguna pedir a gritos la aparición de los mismos, de sentir alguna puñalada en la espalda para corroborar su existencia. Lo de que no existe razón alguna para tenerlos es otra manera, quizá la más cruel, en cuanto a ingenua (la bondad y la razón les ponen los pelos de punta), de poner de manifiesto la escasa coherencia del enemigo en sí, que actúa por impulsos ancestrales absolutamente ajenos a tus movimientos y del todo inconexos. Añadiría que incluso enfadarse es un error tremendo puesto que el enemigo se queda con la partida a medias, y en un estado de “coitus interruptus” diría yo, pues sabe que ha dañado pero no lo suficiente; el enfado es una especie de palmadita en la espalda, como una pequeña felicitación que el enemigo no estima importante, y que además, no lo olvidemos, consigue “cortarle el rollo” durante algún tiempo (qué maldad, por nuestra parte). A gran enemistad gran sonrisa, eso si es un golpe bajo. El protagonista de este cuento elabora una declaración de principios nada desdeñable que deja patente nuestro desconocimiento absoluto acerca del enemigo y sus circunstancias, tácticas, acoso y derribo y posibles efectos secundarios: “Que mi falta de presunción podía ser interpretada como la más altiva soberbia. Era compasivo con los tontos, y en lugar de incitarlos a que dejaran de serlo, procuraba ocultar mi inteligencia, lo cual, sin duda, me ganaba su desprecio. No adulaba a nadie, y eso provocaba el rencor de quienes querían sentirse halagados; me resistía a competir por el beneficio, la fama o el poder, y con ello, privaba de oportunidades de vencerme a los demás”. Conclusión: Los enemigos ven cosas, escuchan voces, que nosotros ni tan siquiera intuimos. Son seres especiales. Si tienes un enemigo, cuídalo, no le des la espalda. Él nunca lo haría.


Ana Vega

BUROCRACIA SEXUAL



Resulta que ahora las mujeres hablamos de sexo, también de política, economía, literatura, arte, viajes, documentales, cine, música, estilismo, terapias alternativas, relaciones sentimentales y sí, también de sexo. Y no sólo hablamos de ello, nos atrevemos incluso a nombrarlo en el momento y lugar que nos place con la facilidad con la que separamos las rebanadas de pan antes de preparar el sándwich. Hasta ahora (y en el momento en que escribo esto y usted lo lee) no era algo demasiado frecuente eso de que una mujer hablase de forma abierta de sus experiencias en cama propia y ajena, y mucho menos de miembros conocidos, puestos de honor de dichos miembros o, lo que es más común, su agrupación en los denominados “verdaderos ineptos en técnicas y tácticas amatorias”. El sexo tántrico ya ni mencionarlo. Curioso fenómeno, hombres a lo largo de los siglos compartiendo sus batallas sexuales, peripecias insólitas, posturas impronunciables, miembros descomunales y una serie de acontecimientos que por las medidas que todo habitáculo más o menos normal posee resultarían imposibles de llevar a cabo, años y años, por tanto, practicando el sexo en forma de verborrea dialéctica en manada y hoy llegan hasta nosotras cual folio en blanco, sin conocer apenas el camino de baldosas amarillas que han de recorrer hasta alcanzar el orgasmo de aquella que les acompaña. Y no sólo del orgasmo vive el hombre ni la mujer, todo tiene un inicio, nudo y desenlace, y uno puede perderse de forma gustosa en cualquiera de estas partes, demorarse en ellas, algo que a día de hoy los hombres en general ignoran. Cada sensación, cada mordisco, cada jadeo es un momento en el que el placer se cristaliza, se diluye plácidamente.

Las mujeres hablan de sexo, alto y claro, sin tapujos, incluso alardean de la experiencia y sabiduría que su instinto de mujer les otorga. Esto provoca el pánico inmediato del macho alfa y su posterior comportamiento neandertal al intentar de modos y maneras de lo más variopintas silenciar los secretos más íntimos protegidos por su manada hasta entonces. Y es en ese momento cuando ellos explican sus teorías: su mujer ha de una “señora” con mayúsculas ante el mundo pero en su territorio ha de transformarse en una mezcla explosiva capaz de realizar aquellas posturas con las que el porno parece desafiar la ley de la gravedad, realizar alguna que otra acrobacia, Streep tease con cierta frecuencia (no demasiada te dirán ellos porque se pierde el encanto) y estar dispuesta a perpetrar todo tipo de juegos y prácticas que ellos consideran muy placenteras para nosotras pues así lo han decidido (nos informan siempre a posteriori) pese a que la mujer en cuestión se dedique mientras el acto tiene lugar a repasar mentalmente la lista de la compra al tiempo que gime con cierto ritmo acompasado. Es aconsejable que cada gemido se acompañe de ciertas frases o palabras que ellos piensan en ese mismo instante pero no se atreven a decir, lo cual les ayuda a corroborar que estaban en lo cierto al pensar que lo que ellos creían nos volvería locas ha sido un éxito rotundo, cuando en realidad es el truco que todas conocemos para que el pistolero descargue su munición en tiempo record. Luego ellos mismos se felicitan a si mismos por la labor realizada. Como compensación nosotras obtenemos un “te amo” siempre en horizontal y un “te quiero” siempre vertical. Con el desayuno a media tarde se alcanza el grado “te quiero mucho”. Dicho grado asciende o desciende dependiendo de la urgencia o distancia del último coito. Nos preguntamos entonces si realmente la sangre que circula por sus venas puede recorrer tan rápido la distancia entre su cerebro y el pene. Dudamos.

Nosotras, mujeres, amedrentamos a los hombres cuando al borde de la cama y del precipicio sentimental levantamos la mano como en el colegio y mirando fijamente a los ojos a nuestro contrincante decimos: “Esto no me gusta”. Algunas lo empeoramos dando indicaciones, otras se atreven incluso a llevar sus manos al centro neurálgico del placer y las más arriesgadas les muestran sin tapujos lo aprendido por ellas mismas tras años de adiestramiento y práctica. Las mujeres hoy conocen sus cuerpos, disfrutan de su sexualidad, saben mover su cabeza en sentido afirmativo y negativo, es decir: son peligrosas, saben lo que quieren. Eso asusta.

Hace algún tiempo, en un descuido, cierto mail de carácter íntimo, muy íntimo, con detalles precisos acerca de momentos previos a la cópula, elementos secundarios, preferencias personales, juegos y una predilección que confieso con total falta de pudor por los condones de fresa, fue enviado por error a la persona equivocada, quedando pues a la intemperie todo aquello que tantos años había guardado en el cajón de la intimidad de una cama, de dos jugadores pues, no más. Esa burocracia sexual que implica que antes de llevar a cabo acto alguno has de solicitar instancia predeterminada para ese tipo de circunstancia y ser aprobada y sellada por algún miembro del ministerio de actividades sexuales que indica hasta que punto la mujer puede utilizar sus manos o su boca en actividades sólo lícitas cuando se silencian (pese a la demanda exacerbada de ese tipo de maniobras), o dictaminar por criterios establecidos siempre por hombres cuál es la finalidad del cuerpo femenino que muchos sitúan aún bajo las sábanas o en la cocina, esa instancia, los documentos invisibles que siempre nos exigen antes de mover pieza por ser mujer y tener coraje, se esfumaron al saltarme todo el papeleo previo e ir directa al grano, algo que los hombres mantienen como uno de sus enunciados perfectos. Instancia pues al descubierto. Más allá de la burocracia administrativa, política y sentimental, todas sabemos que antes de conquistar camas ajenas es necesario un largo proceso cuyo ring se encuentra entre las sábanas. El hombre no presenta instancia alguna, simplemente actúa, él inventó los trámites. La mujer se guía por su instinto, pero sigue, aún hoy, siendo obligada, de forma tácita, a esconder bajo su sonrisa lo que el hombre manifiesta en forma de medalla. Se lanzan mujeres a la hoguera, nunca medallas ni objetos “de valor”.


Ana Vega

OBSTINACIÓN Y SUPERVIVENCIA





Herman Hesse afirmaba en uno de sus artículos que la obstinación no era un defecto sino una virtud. Al menos cierto tipo de obstinación. Digamos que la bendita obstinación de defender nuestra forma de vida, actitudes, modos y maneras de vivirla. La obstinación, por tanto, nos llevaría a empecinarnos en defender nuestros principios (y por principios entiendo aquello que uno mismo ha creado para su uso personal, para elaborar su propia tabla, pizarra o similar de mandamientos); aquello que Rosendo llamaba “maneras de vivir…”. Esta se convertiría entonces en una herramienta clave en nuestra supervivencia como individuos únicos e irrepetibles, para marcar la diferencia. Una defensa de esa individualidad que intentan arrebatarnos por todos los medios en ésta, nuestra “sociedad del bienestar” (la mayor parte vía subliminal y no tan subliminal en algunos casos, agresiva, incluso) Por eso deberíamos comprender que la obstinación en sí no esté bien vista. Dejarse llevar siempre es más fácil que aguantar el mismo chaparrón una y otra vez. Cuando ejercemos nuestro derecho a ser individuos obstinados, a que nadie nos mueva de nuestro sitio, esto suele provocar, paradójicamente, la obstinación inmediata del otro, contraria a la que podríamos denominar “obstinación saludable”. La “obstinación nociva” consiste en derribar al contrario, en llevárnoslo a nuestro territorio y proyectar en él nuestros miedos y demás conflictos (“Quien ha rechazado a sus demonios nos marea con sus ángeles”. Henri Michaux) hasta convencerle de que sólo y exclusivamente nosotros tenemos toda la razón del mundo. Esto ya no es cuestión de supervivencia, más bien de parasitismo o algún tipo de patología. “Aquí tenía un ejemplo de mi experiencia de que el hombre sincero, que sigue sus propios pensamientos con consecuencia y constancia, y que sin embargo, al mismo tiempo, deja totalmente en paz a aquellos que son de otra opinión, se enfrenta con el desprecio y el odio, y de que hacia una persona así sólo se practica la aniquilación” (El Frío.Thomas Bernhard).



Ana Vega

"La convicción de que para tener derecho a explicar se tiene que tener un conocimiento directo, físico, emotivo, olfativo, sin filtros ni escudos protectores, sobre aquello de lo que se habla"

"Un hombre no empuña un hacha para proteger su cartera, sino en defensa de su dignidad"

"Es erróneo escribir sobre alguien con quien no se ha compartido al menos un poco de su vida"

"No hay periodismo posible al margen de la relación con los otros seres humanos. La relación con los seres humanos es el elemento imprescindible de nuestro trabajo. En nuestra profesión es indispensable tener nociones de psicología, hay que saber cómo dirigirse a los demás, cómo tratar con ellos y comprenderlos.
Creo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hoombre, o una buena mujer: buenos seres humanos"

"El verdadero periodismo es intencional, a saber: aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar un cambio"

"Escribía, por otro lado, también por algunas razones éticas: sobre todo porque los pobres suelen ser silenciosos. La pobreza no llora, la pobreza no tiene voz. La pobreza sufre, pero sufre en silencio. La pobreza no se rebela. Encontraréis situaciones de rebeldía sólo cuando la gente pobre albergue alguna esperanza"

"Se tendría que prestar la misma atención cuando somos testigos de alguna experiencia vivida por otra persona o cuando alguien nos habla. Si prestamos atención, es posible que esa experiencia nos sea transmitida, es posible que esa experiencia le sea transmitida al narrador, al escritor, y, luego, a través de la atención del lector, vuelva a la vida"



Ryszard Kapuscinski

Los cínicos no sirven para este oficio

GATOS


Me confieso gatófila, gatofílica (aunque suene a enfermedad venérea) o, simple y llanamente, amante de los gatos. Unos buenos amigos (excelentes y que me conocen bien) me han regalado un hermoso libro de Andrew Edney, titulado Gatos y otros felinos. Se trata de una recopilación de más de cuatrocientas obras de arte, citas literarias, y otros textos, dedicados a estos singulares seres, de los que tanto podemos aprender. Los gatos saben cómo disfrutar de la vida, exprimirla, olvidarse de ella incluso. Un gato es un ser individual, independiente, de convicciones firmes, gestos altivos y audaces, o movimientos lentos y parsimoniosos. Los gatos convierten en liturgia cualquier acto cotidiano: el aseo, la siesta, la observación, la caza y la nada más absoluta. Miren a un gato, fíjense en cómo se enrosca plácidamente y cómo duerme, no malgasta energía alguna en actividades simultáneas, cuando duerme pues duerme, cuando come pues come, y cuando simplemente observa, dedica toda su atención a captar cualquier actividad sísmica, social o del todo cotidiana que ocurra a su alrededor. El gato registra cada suceso, lo analiza y aplica lo aprendido. Su principal dedicación es, sin duda alguna: él mismo. Y nosotros aquí agotados, estresados, comiendo mientras vemos la televisión, en una mano el tenedor, en la otra el móvil, los ojos fijos en la pantalla y la cabeza en lo que queda de día y de futuro. Las neuronas corren de un lado a otro como si fueran los Hermanos Marx gritando: “Más madera, más madera”. Y aún con todas las extremidades ocupadas en algún instrumento o aparatejo, moveremos los pies bajo la mesa como si de un tic nervioso se tratase puesto que creemos que quizá así quememos las calorías que estamos ingiriendo vía cordero con patatas. Y mientras buscamos más guarnición para la ingesta masiva de calorías que provoca la ansiedad y que a diario llevamos a cabo, soltamos el tenedor y decidimos acercarnos un segundo a consultar el correo electrónico y como los pies siguen con su tic escandaloso nos tropezamos al levantarnos de la silla, el cordero se nos cae sobre la cabeza, las patatas se colocan alrededor de la mano que sujeta el móvil y nosotros lo apretamos pese a saber que el aceite derramado nos creará ciertas interferencias, aún así, preguntamos al interlocutor: ¿Sigues ahí?. El gato nos observa bajo la silla de enfrente como observa cualquier otro acontecimiento incluso más ridículo que éste. En un momento dado se estira, se vuelve a quedar quieto, nos mira fijamente y pasa a nuestro lado mirándonos con una mezcla de desdén y compasión infinita. Sí, eso sienten los gatos por nosotros, compasión por nuestra torpeza vital. Pero ellos nunca lo confesarán, saben que la mejor manera de vivir en armonía es hacerle creer al otro que es más inteligente y que casi siempre lleva la razón. Qué sabemos realmente del minino que dormita en nuestra cama y ronronea sin sentido aparente en los momentos más variopintos: nada, son absolutos desconocidos, seres superiores… “Cuando juego con mi gata, ¿quién sabe si no me utiliza ella para pasar el rato más que yo a ella?”, nos advertía Montaigne. Mucho, mucho camino por recorrer todavía nos queda a los humanos…Bellas palabras dedicadas a los felinos escribió Baudelaire: “Toman al soñar las nobles actitudes de grandes esfinges alojadas al fondo de las soledades, que parecen adormecerse en un sueño sin fin”. Y para mí, una de las lecciones primordiales que pueden enseñarnos y que deberíamos aplicar es la importancia que cobra en sus vidas el descanso, el descanso tras la batalla (que nosotros llamamos rutina, trabajo, problemas…) Leo en este precioso libro: “Los gatos, como los guerreros, deben aprovechar toda oportunidad para descansar”. Si nosotros vivimos en constante guerra con el mundo que nos rodea por qué corremos hacia el centro del huracán, en vez de pararnos a descansar tras la batalla cruenta que supone levantarse cada día. Mi gata ha comenzado a roncar…

Ana Vega


Gracias a Luis Salgado, por regalar la canción exacta o en este caso la palabra exacta necesaria para seguir adelante....







"Mi odio no tiene límites sino entre tus brazos"



"Cuando veo el rostro de una mujer transformado por el orgasmo que hemos alcanzado juntos sé que nos hemos unido. Es el vocabulario de hoy, el único lenguaje que queda" (The Favourite Game)



"Gracias por la pena que quitaste de sus ojos. Pensé que estaba ahí desde siempre. Por eso no lo intenté nunca"("Famous Blue Raincoat")


LEONARD COHEN




EL PASADO



El pasado vuelve a nuestra vida cuando menos lo esperamos. Aparece en forma de rostro conocido, de lugar, de sensación, de herida que creíamos cicatrizada, de dolor, a veces, que nos negamos a admitir como nuestro, como parte indisoluble de lo que ahora somos. “La vida me parece una relojería de memoria descompuesta”, leo en el último libro de Nuria Amat. Es una definición acertada de todo aquello que vivimos en el presente y lo que sufrimos o disfrutamos en el pasado. La precisión de reloj suizo que anuncia Amat nos confirma esa visión que algunos compartimos de la vida como artefacto extremadamente complejo en su funcionamiento y de lo más rudimentario y básico en su esqueleto. Nosotros nos encargamos de cubrir dicho esqueleto con una buena armadura o caparazón, incluso. A veces un ser humano no dista demasiado de una tortuga.

Es difícil hallar la respuesta a algunas preguntas. Aún hoy no logramos comprender el significado más estricto, si lo hubo, del dolor que sufrimos en un momento dado, o aquél que vimos cerca, que compartimos. Sin embargo, todo lo que somos hoy, lo bueno y lo malo, ha sido construido con los cimientos de los pecados cometidos y los éxitos alcanzados. Hasta lo más insignificante puede cobrar un sentido casi demencial, impensable, años después. Todo forma parte de un universo preestablecido donde el orden y el caos se alternan hasta configurar esto que llaman vida.

“La vida es una fina cadena de metal que alguien muy meticuloso se ha propuesto enredar por segmentos”, leo en la novela de Amat. Y de eso se trata: de enredarnos por segmentos. Nuestra labor sería entonces la de desenredarnos hasta que nada ni nadie nos impida movernos con total confianza y seguridad: hasta conseguir nuestro espacio. El pasado se convierte por tanto en un modo de “desanudarnos”, de tropezar, y golpearnos con los hilos que nos sujetan, hasta liberarnos. Cada golpe recibido es un nuevo segmento que se añade al anterior y que nosotros debemos distribuir con cuidado, con precaución, hasta colocarlo en el lugar exacto que le corresponde, sólo así podremos seguir nuestro camino. A cada paso, por diferentes vías, motivos, se añadirán segmentos que nos taparán la vista, engañarán, incluso, nuestro olfato, nuestro tacto, pero el trabajo consistirá de este modo en que nuestros laboriosos dedos no dejen ni por un momento de desenredarnos los nudos que nos impiden caminar tal y como nosotros deseamos. Uno aprende con cada golpe, pero el cuerpo siente el último como el primero pues aunque nos cueste admitirlo: nuestra condición humana no nos permite elaborar un caparazón tan fuerte. Ni la armadura más prodigiosa soporta el dolor con el que una mirada o una palabra golpean el corazón. Es necesario, en ocasiones, extirparnos dicha armadura para tomar aire y ver los segmentos, los nudos que aún nos retienen. “La aceptación y la lucha van juntas”, descubro de nuevo en Amat.

“Triunfamos sobre los fracasos cuando los convertimos en cosas útiles”, nos revela Alex Pattakos. Cada segmento, cada nudo que se enreda alrededor de nuestras extremidades, cada golpe que consigue cegarnos, incapacitarnos para vislumbrar con claridad el camino a seguir, ha de ser transformado, con astucia animal, a nuestro favor, como una herramienta indispensable de aprendizaje para llegar a convertirnos en quienes realmente somos, libres ya de segmentos que nos anudan al mundo como si de títeres se tratase, en ese terreno que parece vedado al ser humano: la paz.


Ana Vega