Exijo que el servicio de Urgencias de cualquier hospital y en este caso el Hospital de Asturias ofrezca en primer lugar una mayor y mejor atención al paciente en todos los sentidos pero muy especialmente ante una situación que me parece muy grave.  Un paciente o una paciente que acude un servicio de urgencias con pensamientos suicidas o de autolesión debe ser tratada con sumo cuidado y por profesionales que conozcan un protoloco adecuado y medidas básicas en Prevención e Intervención en suicidio. Intervención que supone salvar la vida de esa persona.

Que los propios médicos y profesionales de la sanidad arrojen – y esa es la palabra exacta- a una persona que sufre este desahucio interior de vuelta hacia una casa que puede ser la raíz del problema u ofrezcan soluciones de mesa de estado e inservibles por tanto como pedir consulta con el centro de salud mental correspondiente cuyo teléfono está siempre desconectado y cuya media de revisión trascurre entre dos y tres meses de sufrimiento por parte del paciente para luego ser callado con un importante número de pastillas pero sin escucha activa alguna o preocupación por patología y principalmente causa o vida propia – la gente no enferma o se desespera por gusto o aburrimiento, créanme- exige un mínimo de coherencia con tu trabajo y tu nivel de vergüenza ante situaciones así. Desde luego tras mi conciencia no pesa muerte alguna, no sé tras la de otros/as.

Escuchen al paciente por favor y miren sus ojos, en su mirada lo dice todo. Que acudir a un servicio de urgencias por una patología mental no implique tener que clavarse un cuchillo o realizarse cortes perfectos en ambos brazos y piernas para que entonces al menos se situé al enfermo en una sala contigua y una enfermera diga eso de: qué carnicería mejor haberte cortado en un sitio que se vea menos.

Luego nos sorprendemos y cabreamos cuando una persona estrella un avión, persona que tal vez ha buscado ayuda una y otra vez.  Fácil culparle luego, pero el avión lo estrellamos entre todos, las pautas que nosotros fijamos y el destino al que hemos lanzado a ese hombre o esa mujer que ahora lee esto que escribo.

Atentamente,

Ana Vega