Precariedad en los medios

Ana Vega
 
 
 
Preocupante la confusión de términos a la que asistimos sin mover dedo alguno o mostrar gesto de disidencia. Tiempos en los que la desobediencia civil debería ser la norma y no el miedo. Tiempos en los que todo aquello que se calla se establece como código y contrato de silencio. Precariedad laboral en todos los ámbitos y sentidos, pero especialmente llamativo en el caso de los medios de comunicación y el ámbito cultural. En general nos avergüenza reconocer nuestras miserias y hacerlas públicas, otorgando así mayor poder a quien se alza a través de todas esas voces silenciadas. Precariedad preocupante que recientemente Javier Gallego definía con tanta habilidad y precisión en uno de sus artículos publicado en eldiario.es: “Por no tener no tiene ni nombre. Tuvo que venir el economista Guy Standing a inventar un neologismo, el precariado, que es un proletario al que le han quitado los derechos laborales históricos del proletariado y su conciencia de clase. Aún no tiene historia a la que agarrarse y, por ello, tampoco el sentimiento de pertenencia a un grupo que le dé la fuerza para rebelarse. Es precario hasta en eso, en que no tiene siquiera una idea clara de sí mismo”. Dos claves, el trabajador y trabajadora como especie en extinción y la falta de conciencia de clase. Explicación con sentido, en términos generales, pero no en el caso que nos ocupa: la precariedad laboral no es algo nuevo ni en el ámbito cultural ni en los medios de comunicación. Cierta gravedad añadida pues son elementos éstos que transcriben, que traducen el mundo, que comunican, establecen, en definitiva, nexo de unión entre los pueblos, rompen fronteras y pueden tejer un valioso territorio de verdad frente a la hipocresía y principalmente hacia la impunidad. Cómo una precariedad laboral en un ámbito determinado puede haberse asumido como algo inherente al trabajo en sí.
 
Curioso ver cómo los sindicatos, inspección de trabajo, organismos oficiales, administración, nombres, apellidos, gente de un lado u otro conocen la situación extrema –insisto, general en este momento, pero mantenida en este campo durante muchos años– de tantos y tantas profesionales (periodistas, fotógrafos y fotógrafas, artistas, escritores y escritoras…) y que esto se asuma como algo propio de dicha profesión y oficio. El valor y el respeto con el que un diario recogía un relato o crónica han ido disminuyendo hasta desaparecer por completo. Cada día nos interesa menos la verdad y cuanto menos nos interesa ésta más y más profundamente nos condenamos. Se da por hecho habitual que alguien que ejerce la crítica literaria o la corrección o cualquier otro trabajo en un periódico no posea unas condiciones laborales mínimas para desarrollar su labor. Existe la autofactura, el falso autónomo o el desamparo completo. Y así puedes desarrollar tu oficio, trabajo, esfuerzo y dedicación durante años. Enriqueciendo por supuesto a otros que sí se benefician de este trabajo colectivo que alimenta y da sentido a todo medio de comunicación. Conclusión: tienes deberes, pero no derecho alguno, ni presente, ni pasado ni futuro.
 
En cuanto al hecho cultural poco cabe decir ya. La cultura, al igual que el cuento de Julio Cortázar, ha sido tomada. Asistimos a una especie de abducción general, de repente vivimos desde dentro el cuento del traje nuevo del emperador, nadie se atreve a cuestionar una verdad que tan sólo ciertas voces siguen aclamando. No resulta extraño que en dichas circunstancias anide el peor y más vil y miserable intrusismo, también el más peligroso, el más hábil en tejer sus redes a través de esta ceguera compartida en la que nos dejamos arrastrar hacia un mundo donde la información nos devora, sin más (la información urgente, no profunda, no documentada, sin exigencia, sin atención…). Sin darnos cuenta que esta información y cultura de calidad deplorable, sin poso alguno, y sí con toda la urgencia posible, nos llena, nos ocupa, nos impide encontrar ese refugio donde poder, tal vez, leer las Cartas a un buscador de sí mismo, de Henry Thoreau. Preguntarnos, cuestionarnos. Descubrir en el Elogio de la ociosidad, de Bertrand Russell, una sabia lección sobre el aprovechamiento más lúcido de nuestro precioso y mal empleado ocio.
 
Si los ejes de esta sociedad, información y cultura, se encuentran en peligro absoluto y sus interlocutores reales en una situación en la que la supervivencia sólo les permite avanzar a ciegas, a golpes y tragando saliva, qué nos quedara entonces. Asistimos –insisto– a un claro exterminio, de una clase, la obrera, de unos términos, de unos códigos, de unos valores –honestidad, integridad, compromiso, respeto, ética profesional– y de unos profesionales cuyo valor intrínseco y más importante son la libertad, de expresión, por supuesto, pero también el poder ejercer dicha expresión y profesión desde el espacio y tiempo necesarios. Y si estos ejes son el sustento de toda civilización y también el modo de vertebrar una conciencia (también consciencia de la realidad) y esta precariedad que viven –y vivimos– nos sigue devorando a pasos agigantados quién dará testimonio, quién pondrá voz a quien es silenciado, quién nos mostrará refugio en sus palabras, quién podrá salvarse si el mundo es contado en palabra, imagen, libro u obra de arte tan sólo desde un lado de la historia. Qué lado de la historia hablará más que el poderoso, cuya versión conocemos. Imaginen un mundo así, porque realmente ya lo estamos conociendo ahora mismo, en este instante en el que escribo y alzo la voz y denuncio. Es el momento de tomar partido y también de defenderse.
 
“Cuando una mujer dice la verdad, está creando la posibilidad de más verdad a su alrededor”. (Rich, Adrienne: Sobre mentiras, secretos y silencios, editorial Horas y Horas, 2011).
 
 
 
 
Ana Vega ha colaborado en revistas y publicaciones nacionales e internacionales, participado en antologías poéticas como La manera de recogerse el pelo, coordinada por David González (Editorial Bartleby), u otras publicaciones como Poetas asturianos para el siglo XXI, de Carlos Ardavin (Editorial Trea). Ha publicado El cuaderno griego (Editorial Universos), Realidad paralela (Editorial Groenlandia), Breve testimonio de una mirada (Amargord), La edad de los lagartos (Editorial Origami), Herrumbre (Groenlandia), Llanquihue (Editorial Huerga & Fierro), Al xeito del tambor (Editorial Trabe, 2013) y Auschwitz 13 (Amargord, 2013). Accésit del XXVI Premio Nacional Hernán Esquío 2008 y premio de la Crítica de las Letras Asturianas 2011, compagina su actividad literaria con su actividad docente como coordinadora de cursos y talleres de creación y creatividad y su colaboración en diferentes medios de comunicación como periodista, crítica literaria y columnista. Su espacio virtual, aquí. En Twitter: @ANAVEGAWRITER.