La jornada de ayer nos conduce a una reflexión necesaria y de cierta decepción o tristeza. La hipocresía nos ha alcanzado de tal modo que nos invade ya completamente en todos los órdenes y ámbitos. Ayer, para mi, jornada de reflexión sobre el lugar que ocupa el feminismo, de reflexión sobre la violencia -cualquier tipo de violencia- ejercida sobre la mujer se convierte también en cierta decepción. No acudo a las manifestaciones por gusto propio sino por una necesidad que prefería no tener que cumplir, puesto que salir a defender tus derechos implica la vulneración de éstos. De poco o más bien nada sirve salir a la calle a gritar nuestros derechos si las mujeres que salen en primera línea de medios de comunicación, representación institucional u otros, también entidades, son las que representan todo aquello contra lo que que luchamos. ¿Qué están colocando como referente? ¿El patriarcado mismo vestido de mujer? Si una mujer roba el trabajo de una compañera para servirse de él, si una mujer abandona a otra en un momento duro, si una mujer desconoce el compañerismo o la lealtad, si una mujer no sabe tejer red, más bien la rompe, imposible que pueda comprender y mucho menos ser referente de feminismo alguno o sororidad. Ayer, con bastante indignación, vi frente al feminismo rostros que describen todo aquello contra lo que he luchado, lucho y lucharé siempre. Algo que había visto en la relación con hombres y también mujeres pero no a este nivel que veo ahora de hipocresía alta y clara. La madeja no puede mantenerse si nosotras mismas la rompemos desde dentro. Vuelvo, como volvía Thoreau, de nuevo a la naturaleza, único lugar limpio aún, único lugar que no engaña ni me defraudará nunca. Un aplauso por supuesto siempre para todas esas mujeres con las que he compartido lucha toda nuestra vida, desde aquí, desde la vida propia hasta más allá y más profundo, desde lo individual que al igual que el poema se transforma en universal. Hacia lo colectivo, siempre.