Texto escrito para la presentación del libro "El cuaderno griego" de Ana Vega, librería Santa Teresa, Oviedo, 26 enero 2017.
Francisco Alba


Leí este libro hace unos quince años, cuando Ana Vega me lo envió por correo electrónico. Me impresionó "Dinámica del frío" una narración que forma parte del conjunto. Un NO MUERTO, personaje insólito, es el objeto de las notas, apuntes, pensamientos escritos por un autor obsesionado, al borde de la locura, que yo no conseguí relacionar con nadie que pudiera conocer. Ana Vega tendría entonces unos 23 años. Ahora, al releerlo después de tanto tiempo, noto que no ha perdido nada de su potencia. Me pareció y me sigue pareciendo un texto memorable.

      "Dinámica del frío" es una tensión límite de las posibilidades del lenguaje para expresar el sufrimiento y la lucha.

          Leyéndolo pienso en las Pinturas Negras de Goya y en los cuadros de Francis Bacon, especialmente el tríptico titulado "Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión".  Bacon dijo en una entrevista: "recuerdo que estaba mirando una cagada de perro sobre la acera y de pronto lo comprendí; ahí está, me dije: así es la vida. Curiosamente, [esa idea] me atormentó durante meses, hasta que llegué, como si dijésemos, a aceptar que uno está aquí, existiendo durante un segundo, y que le aplastan luego como a una mosca contra la pared" La misma lucidez tiene Ana Vega. Como ella misma dice: la lucidez ciega. La lucidez quema.
         Me llamó la atención el nombre: NO MUERTO. Según leía iba comprendiendo el acierto de esa idea. Es el personaje sobre el que se escribe esta historia clínica. El NO MUERTO se encuentra en un estado insólito, qué causa -si la hay- lo ha llevado a tal miseria (y tal lucidez) lo ignoramos y no importa: combate con el sufrimiento, unas veces cede, otras se impone, en una dialéctica angustiosa de salvación y catástrofe. Vacila, se confunde, tantea, insiste, llora,  cae, se levanta otra vez:  Pese a todo continua. Camina. Pierde el paso. Se detiene. Se busca. Teme encontrarse. El NO MUERTO es pequeño, podríamos sentir compasión por esta criatura desvalida (que no por eso deja de arrojarnos verdades a la cara) quizá podríamos amarla. Su tenacidad es admirable. En otro lugar se dice: El NO MUERTO sabe que ha perdido la condición de ser humano. Se pregunta si es posible perder algo que duda haber tenido.Estamos ante una crisis profunda, algo esencial se ha roto: El NO MUERTO se pregunta por qué intuimos que hay humanidad donde tan sólo hay desierto. Decididamente, éste no va a ser un libro fácil.

      Con una frase que recuerda a Pascal se dice: La naturaleza miserable del hombre, sin más. Saliendo a cada paso.

     Ese NO MUERTO está a punto de ser nada, su fragilidad es tan grande como su resistencia. Sólo le mantiene en la existencia una batalla sin sentido y sin cuartel contra el "dolor" palabra que se repite una y otra vez, obsesivamente, a lo largo del libro, como un martilleo insoportable: La vida te llena de dolores, de DOLOR, así, mayúsculo, gigantesco, atroz, y eso no te permite ver más allá. En otro lugar dice:El NO MUERTO se pregunta si hay algo más puro que el dolor. Algo más claro. No hay nada en el mundo que mejor nos muestre quiénes somos realmente, lo que somos por dentro y por fuera. A alguien jovial, con salud, optimista, equilibrado y con poca experiencia esto puede resultarle exagerado: "No es para tanto. No todo es dolor. Sería insoportable. Existen la belleza, los días serenos, la risa de los niños, la dulce rutina". Sin embargo, esta exageración es precisamente la virtud del libro. Ana Vega nos coloca ante el escándalo y la obscenidad del sufrimiento. No hay discusión posible. Felices los que no han conocido "el otro lado". Si este libro cae en manos de algún inocente, que haga antes ejercicios de calentamiento. Por eso no le gustan los niños. Le dan miedo. Su sufrimiento intacto. Esta frase es de una gran intuición: todo el que ha conocido la desesperación ha sentido ese mismo disgusto por la infancia. Repetirán los mismos fracasos, sufrirán los mismos golpes. Anticipar en lo que van a convertirse, en lo que la vida hará de ellos: ver en cualquier niño un futuro criminal, un borracho, un mendigo, un suicida, un enfermo mental.

       Este libro despierta al lector de un sueño de fortuna, confianza y satisfacción.

         Ana Vega conoce nuestra fragilidad (téngase en cuenta la precocidad de su autora). Su rebeldía es enorme. Su protesta furiosa. La discordia es inacabable y la violencia permanente, por latente que sea. No, la vida no tiene sentido. No por eso se abandona la lucha, al contrario: el sentido es asumir esa falta de sentido y seguir adelante. Sin esperar recompensa. No la hay. Hasta caer rendidos.

        El NO MUERTO nos escupe a la cara: El no muerto se sorprende, descubre la fragilidad del ser humano. La incapacidad de los hombres ante el dolor, el instinto del hombre sano y salvo que se defiende del rostro enfermo, de lo que teme. Esa huida. La cobardía. Se pregunta si ha conocido a algún hombre valiente. Seguramente la respuesta es "no". Ante el dolor hacemos la vista gorda: es un mecanismo de autodefensa. El NO MUERTO teme la ignorancia, la estupidez real, es decir, la incapacidad de empatía. Hay un límite tácito que no se debe superar. Ana Vega lo rebasa continuamente. Este libro es heterodoxo, desmedido, blasfemo. "El cuaderno griego" estaría prohibido por Stalin, por los nazis y por el Vaticano. Derrotista, contrarrevolucionario, arte degenerado, enfermiza desazón, negro escepticismo, ideas disolventes. Aquí no se defiende ni ataca ninguna causa, no se toma ningún partido. No hay grandes proyectos históricos ni sociales. Un individuo sufre, eso es todo. El dolor nos demuestra que estamos vivos, nos despierta, nos zarandea, nos coloca frente al espejo para obligarnos a ver lo que realmente somos. Pero no hay dignidad alguna en el dolor.

        Mientras leía el libro recordaba el cuadro de Munch "El Grito"     
       Algunas citas permiten situarlo: hay alusiones a Hesse; citas de Duras, de Camus, de Baudelaire, de Blanchot, de Louis Malle, de García Martín. El NO MUERTO no se explica sin el Roquentin de Sartre, ni el Meursault de Camus, ni el Bernardo Soares de Pessoa, ni Gregor Samsa. Está desnudo, en carne viva: no tiene nombre, apenas tiene peso ontológico. Es evidente que es la máscara de su autora, un alter ego. El NO MUERTO es sus vómitos, sus heridas, su tedio, sus trastornos, su capacidad de análisis y reacción ante un exceso intolerable. No es un personaje al uso, es algo vagamente humano, arrojado a un pozo de lágrimas, de soledad y confusión; él mismo es su propio pozo. Su voluntad flaquea pero es de hierro: saldrá del agujero que él mismo excava. Todo en este libro es combate, lucha. El relato es claustrofóbico. El olor de un cuarto donde alguien sufre es siempre un olor indescriptible. Como el olor de la santidad. El bien y el mal se acercan demasiado. Se puede ver más allá. El no muerto sabe que lo que te hace más fuerte te debilita también, te mutila en cierto modo, alguna parte. ¡Qué alturas y qué caídas! Da la impresión de estar leyendo a una mística relatando sus tormentos y éxtasis.

        Inútil situar al NO MUERTO en un lugar, en un espacio. El mundo exterior desaparece. El texto comienza abruptamente, metiéndonos de cabeza en el pozo, sin contemplaciones: El DOLOR. La soledad y el frío. Cómo enfrentarse a eso. Cómo hablar de ello. Nunca hay palabras suficientes para describir ciertas miradas. Una especie de sombra entre los vivos, un no muerto. Eso eres ahora.

        ¿De qué trata la literatura si no de las penas, agonías y esperanzasde los hombres? Lo demás, casi todo, son pasatiempos fútiles, sin valor, verborrea barata. Este NO MUERTO es universal. Conmoverá en Japón lo mismo que en Los Ángeles.  
        El NO MUERTO de Ana Vega me recuerda a aquellos "musulmanes" de los campos de concentración: prisioneros que se hundían, extenuados, vaciados por el hambre y la humillación, abandonados a una muerte  inminente. Una muerte que no mataba a "nadie" porque lo que había de humano ya había sido eliminado por un mecanismo implacable. ¿Acaso no se parece la vida demasiadas veces a un campo de concentración? Nuestra vida cotidiana. No hace falta acabar en Treblinka. El NO MUERTO de Ana Vega no está tan hundido, saldrá adelante (en algún momento dice Ana Vega que una mujer saldrá adelante siempre. Peleará. Luchará hasta caer rendida). Quizá ser humano signifique haber sido despojado de la humanidad posible o no alcanzarla nunca; por tanto la humanidad sólo podría definirse de forma negativa. Eugenio Montale dice en "Huesos de sepia": No nos pidas las fórmula que otros mundos pueda abrirte, sí alguna sílaba torcida y seca como una rama. Eso sólo podemos hoy decirte, lo que no somos, lo que no queremos.
       Me imagino a una adolescente de Tokio leyendo este libro en el metro. Devorándolo. 

      En la portada de esta reedición se ve la foto de una escalera gris, desierta. Podría ser la montaña de Sísifo (a Ana Vega le atraen las montañas, el peligro del alpinismo, los espacios salvajes, un tipo de salvajismo distinto al de las poblaciones humanas, menos engañador). El NO MUERTO  de Ana Vega no carga con un roca (no está castigado por los dioses, aquí no hay nada divino); carga consigo mismo, lo que hace más sutil el tormento. El NO MUERTO es su propia piedra. Es alguien. Está condenado a ser alguien. Hay una agonía, una lucha entre el NO MUERTO y su dolor. Todo en este libro es una lucha a muerte. Escarba en su dolor, le obsesiona, le da vueltas, lo examina, lo desmenuza. En estas páginas hay reflexiones muy agudas sobre la soledad, el amor, la sociedad, el dolor. Hay algo realmente escandaloso en la soledad. No tienes nada, pero te sobra todo, espacio, tiempo. Te acercas a Dios. A esa perspectiva atroz. (...) El NO MUERTO sabe que estar absolutamente solo es algo animal, primitivo. El libro está lleno de reflexiones así de brillantes. En cuanto al amor, que podría remediar esa soledad: el NO MUERTO  se siente solo. Asume su soledad definitiva, incurable. Se pregunta ahora por la extraña naturaleza del amor. Se pregunta si lo ha conocido. Se siente desorientado entonces. Busca el rostro de un semejante donde poder reconocerse. Quizá el amor nos salve. El poder de una caricia. Pero su lucidez no le permite hacerse ilusiones: podría tratarse de un engaño más. De una mentira más.

      El NO MUERTO escala como un montañero por la pared de un barranco. Existe un camino en ese tormento: ve, ahora, con claridad que nada tiene sentido y que nunca habrá motivos para seguir luchando, y ése es uno de los pilares básicos, ahora lo sabe, así lo siente. Es el motivo principal por el cual permanece en el ring, saberte vencido de antemano. Así que no hay victoria. El fracaso es inevitable. La lección amarga. Este libro es sabio: no hay engaños, no hay falsas esperanzas. ¿Si te esfuerzas llegarás? Mentira. Es difícil hacerse una idea de las angustias y vértigos que ha conocido la autora. Descubre en el dolor a fuerza de golpes que somos ceniza, algo fortuito, juguetes de la fortuna. Me recuerda, como decía, a una mística dictando sus tormentos y sus éxtasis.

        Ana Vega hunde el bisturí hasta lo más hondo de la carne. Lo hace sin contemplaciones. Gran mérito del libro: su brutal franqueza. El NO MUERTO es también producto de la tensión con sus semejantes. Las convenciones sociales que ataca con furia. La mentira inunda el mundo. Lo inunda todo. Crueldad y estupidez. Tener y no tener. La perspectiva cierta de la muerte. La idea del suicidio. La conciencia de la imposibilidad de recibir ayuda. Ana Vega ha observado la naturaleza humana y sus límites. Ha tenido el coraje de mirarse a sí misma. El sufrimiento emocional es enorme. ¿A qué agarrarse ante panorama tan desolador? Hay un consuelo: la escritura. Un grito, sí; pero articulado, convertido en lenguaje. Una forma de resistir. El poder catártico de la palabra. A esa tarea se aferra Ana Vega: Escribir como enfermedad. Como algo que te ocurre sin saber por qué. Como algo inevitable. Vencer el simple desahogo, lo más difícil, el gran monstruo. El respeto a las palabras, a lo que comienza a nacer. Ser consciente de todo lo que eso implica. Escribir como salvación. Porque nos salva. El no muerto lo sabe, así lo ha sentido. 

         Al final el NO MUERTO divisa un poco de luz, salimos del ambiente claustrofóbico: el NO MUERTO sabe que ha llegado al final del camino. Sabe quién es, de dónde viene y a dónde se dirige. Ahora se reconoce en el espejo y ante sí mismo. Este testimonio alucinado y lúcido de las honduras de nuestra inanidad termina diciendo: Se siente libre, él decide si seguirá caminando o se quedará aquí mismo. Ya no siente peso alguno sobre su espalda. Libre, en todos los sentidos. Aquí termina su camino. Suena a victoria. A pesar de todo o precisamente por eso. Sabiduría alcanzada a golpes, dice. Templado como el acero el NO MUERTO se sobrevive a sí mismo. Se seca las lágrimas.
       Esta experiencia abisal, de alcance universal, se comunica en un estilo cortante, seco, sobrio. Las frases son hachazos. De la primera lectura que hice aún recuerdo esta frase formidable, resumen perfecto de la humanidad o de la in-humanidad o de la post-humanidad: Nacemos solos y morimos solos, ya está, eso es todo. Nada antes de nacer, nada después, apenas nada tampoco mientras tanto. Nada entonces.

           Hace más de cien años un joven escribió a un amigo: en general, creo que sólo debemos leer libros que nos muerdan y nos arañen. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta como un puñetazo en el cráneo, ¿para qué molestarnos en leerlo? (...) Lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a las junglas más remotas, lejos de toda presencia humana, algo semejante al suicidio. Un libro debe ser el hacha que quiebre el mar helado dentro de nosotros. 
         El joven se llamaba Franz Kafka. "El cuaderno griego" es uno de esos libros.